Me gusta subir a la sierra los días de nevadas y adentrarme en lo profundo de los bosques más espesos para impregnarme de la sensación que destila el momento y el lugar. No tengo ninguna duda de que si la paz se produce en algunos momentos sobre la tierra, ese es uno de esos escasos momentos.

Es una sensación de calma total; de paz absoluta que prolongaría durante una eternidad si mis manos tuvieran el poder de ralentizar el ritmo del cosmos.

Mi hermano, y otros homosexuales que conozco, no tiene nada que ver con estos faisanes de llamativo plumaje que pululan por el mundo mediático y la vida nocturna. Él, hace tiempo que creó su empresa con su socio y pareja actual, trabaja duramente todos los días y se comporta como cualquier hombre honrado y trabajador de los muchos que conozco. Jamás ha hecho movimientos amanerados ni ha hablado en esos tonos estridentes y afeminados que se ven por los platós y escenarios. Tanto él como su pareja, son dos hombres normales que se quieren y viven juntos el amor que sienten el uno por el otro y todos lo sabemos y les respetamos.
Hace dos años, en el 57 cumple de mi madre, Álvaro nos confesó su homosexualidad y que Pablo y él eran pareja. A nadie le sorprendió, pues desde que eran niños siempre estuvieron juntos y pocos éramos los que creíamos que su relación no iba más allá de la de ser “mejores amigos”, sobre todo cuando Pablo se mudó a vivir a casa de mi hermano con el pretexto de gestionar mejor la empresa. Pero nunca quisimos ir más lejos de donde ellos quisieron llevarnos en lo concerniente a su relación y simplemente aceptábamos lo que nos decían sin darle mayor importancia.
Mi madre, que le adora como todos, fingió una leve sorpresa y luego aceptó públicamente lo que llevaba años aceptando en el secreto de la intimidad y le dio dos besos antes de desearles lo mejor y fundirse con ellos en un abrazo que pareció no querer terminar nunca.
En un momento de la sobremesa, cuando salí al jardín de mi madre a fumar un cigarrillo, mi hermano se me acercó algo preocupado y mirándome con cierta angustia me preguntó: “¿Qué, Tomas, no me dices nada?” Yo, le miré fijamente con la mejor de mis sonrisas para tranquilizarle y eliminar su preocupación y le contesté: “¿Qué quieres que te diga, Álvaro? Ya lo sabía hace tiempo y también hace tiempo que lo acepto y lo respeto. Solo esperaba el momento en que te decidieras a contármelo y ya ha llegado. Estoy contento porque eres feliz y lo compartes conmigo.” Noté como se hacía un nudo en su garganta y me lo contagiaba al tiempo que se arrojaba a mis brazos y los dos nos abrazamos fuertemente.
Tras unos segundos mi hermano se separó de mí y sin llegar a soltar mis brazos y mirándome fijamente me preguntó con preocupación: “¿Y Papá? ¿Que crees que pensará cuando se entere?” Yo acentué todo lo posible mi sonrisa de cariño y tranquilizadora y tomándole por los hombros, le dije: “Mira, Álvaro, Papá, cuando se fue, lo que me encargó con más interés fue que te cuidara y que cuidara a Mamá. Pero sobre todo me encargó que te apoyara si tu relación con Pablo producía alguna situación desagradable en la familia o en el barrio por algún motivo. Y, desde entonces, cada vez que viene me pregunta todos los detalles de tu vida y de tu relación con Pablo. Así que, no te preocupes por eso”. Álvaro retrocedió unos pasos estupefacto, como sí no pudiera creer lo que acababa de oír y manoseándose la nuca con su mano derecha, con la vista fija en un punto alejado exclamó: “¡Lo sabía! ¡Lo sabía desde siempre! ¡Y...!¿Cómo?”. “No lo sé, Álvaro, -contesté- pero, tranquilízate. Lo importante es que lo entiende y lo acepta”.

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