sábado, 23 de marzo de 2013

Lucía y la nevada


Me gusta subir a la sierra los días de nevadas y adentrarme en lo profundo de los bosques más espesos para impregnarme de la sensación que destila el momento y el lugar. No tengo ninguna duda de que si la paz se produce en algunos momentos sobre la tierra, ese es uno de esos escasos momentos.
Cuando el aire se desplaza lentamente o no se mueve, solo se escucha el resbalar de las gotas de nieve licuada por las hojas de los árboles y caer suavemente sobre otras hojas o sobre el suelo. Los copos al caer producen un ruido casi imperceptible, mucho más suave que la más fina de las gotas de lluvia. Pero, cuando millones de copos caen a la vez sobre el pasto y las ramas de los árboles se produce una especie de murmullo continuo y sostenido que acaricia levemente los oídos.


Es una sensación de calma total; de paz absoluta que prolongaría durante una eternidad si mis manos tuvieran el poder de ralentizar el ritmo del cosmos.
Para no estropear tan excelso momento, es importante no pensar ni por un instante en cosas del mundo perverso como los políticos, cardenales, directivos y mandatarios y mucho menos en esos cortesanos y cortesanas como la lamentablemente célebre Corinna o ese adalid de la vida superflua que responde al nombre de Boris Izaguirre. Y no es que tenga nada contra los homosexuales ¿Qué es eso de gays? Se me antoja que todo el que así se denomina es una especie de faisán o pavo real, cuyo único fin es lucir su escandaloso plumaje e imitar los comportamientos más estrambóticos de las mujeres. Prefiero homosexual. Mi hermano pequeño, el más inteligente y centrado de los dos, lo es y, aunque él nos lo dijo solo hace un par de años, yo siempre lo he sabido y no por ello he dejado de admirarle y quererle con toda mi alma.
Mi hermano, y otros homosexuales que conozco, no tiene nada que ver con estos faisanes de llamativo plumaje que pululan por el mundo mediático y la vida nocturna. Él, hace tiempo que creó su empresa con su socio y pareja actual, trabaja duramente todos los días y se comporta como cualquier hombre honrado y trabajador de los muchos que conozco. Jamás ha hecho movimientos amanerados ni ha hablado en esos tonos estridentes y afeminados que se ven por los platós y escenarios. Tanto él como su pareja, son dos hombres normales que se quieren y viven juntos el amor que sienten el uno por el otro y todos lo sabemos y les respetamos.
Hace dos años, en el 57 cumple de mi madre, Álvaro nos confesó su homosexualidad y que Pablo y él eran pareja. A nadie le sorprendió, pues desde que eran niños siempre estuvieron juntos y pocos éramos los que creíamos que su relación no iba más allá de la de ser “mejores amigos”, sobre todo cuando Pablo se mudó a vivir a casa de mi hermano con el pretexto de gestionar mejor la empresa. Pero nunca quisimos ir más lejos de donde ellos quisieron llevarnos en lo concerniente a su relación y simplemente aceptábamos lo que nos decían sin darle mayor importancia.
Mi madre, que le adora como todos, fingió una leve sorpresa y luego aceptó públicamente lo que llevaba años aceptando en el secreto de la intimidad y le dio dos besos antes de desearles lo mejor y fundirse con ellos en un abrazo que pareció no querer terminar nunca.
En un momento de la sobremesa, cuando salí al jardín de mi madre a fumar un cigarrillo, mi hermano se me acercó algo preocupado y mirándome con cierta angustia me preguntó: “¿Qué, Tomas, no me dices nada?” Yo, le miré fijamente con la mejor de mis sonrisas para tranquilizarle y eliminar su preocupación y le contesté: “¿Qué quieres que te diga, Álvaro? Ya lo sabía hace tiempo y también hace tiempo que lo acepto y lo respeto. Solo esperaba el momento en que te decidieras a contármelo y ya ha llegado. Estoy contento porque eres feliz y lo compartes conmigo.” Noté como se hacía un nudo en su garganta y me lo contagiaba al tiempo que se arrojaba a mis brazos y los dos nos abrazamos fuertemente.
Tras unos segundos mi hermano se separó de mí y sin llegar a soltar mis brazos y mirándome fijamente me preguntó con preocupación: “¿Y Papá? ¿Que crees que pensará cuando se entere?” Yo acentué todo lo posible mi sonrisa de cariño y tranquilizadora y tomándole por los hombros, le dije: “Mira, Álvaro, Papá, cuando se fue, lo que me encargó con más interés fue que te cuidara y que cuidara a Mamá. Pero sobre todo me encargó que te apoyara si tu relación con Pablo producía alguna situación desagradable en la familia o en el barrio por algún motivo. Y, desde entonces, cada vez que viene me pregunta todos los detalles de tu vida y de tu relación con Pablo. Así que, no te preocupes por eso”. Álvaro retrocedió unos pasos estupefacto, como sí no pudiera creer lo que acababa de oír y manoseándose la nuca con su mano derecha, con la vista fija en un punto alejado exclamó: “¡Lo sabía! ¡Lo sabía desde siempre! ¡Y...!¿Cómo?”. “No lo sé, Álvaro, -contesté- pero, tranquilízate. Lo importante es que lo entiende y lo acepta”.

Álvaro seguía paseando nervioso a mi alrededor sin salir de su sorpresa mientras yo procuraba mantener mi actitud serena y mi sonrisa comprensiva para contagiarle las dos cosas. Tras unos minutos, fue superando la sorpresa y, al final, entre risas recortadas y movimientos de negación con la cabeza, reflexionaba en voz alta: “¡Ah, Papa...! ¿Cómo le iba a pasar algo desapercibido? ¡Increíble! ¿Cómo crees que lo supo, Tomy?”. “No sé. Ya sabes cómo es -le expliqué-. Pero a mí me lo dijo él. Bueno, me lo confirmó, porque yo lo sospechaba. Quería saber cómo lo veía yo y convencerme de que era algo normal y de que debía apoyarte como hermano, fueran tus sentimientos como fueran, aceptarlos y comprenderlos. Cuando le pregunté que cómo estaba tan seguro me explicó que yo, él o tú mismo, que todos nosotros miramos a nuestros amigos de una forma concreta que expresa amistad, Pero que él, desde siempre, había observado que Pablo y tú os mirabais de la misma forma que yo miro a Lucia o que Mamá le mira a él y que eso no es amistad, sino amor. También me dijo que no estaba seguro de que ese amor hubiera precipitado o precipitara en relación, porque hay hombres que viven enamorados de otro hombre toda la vida y ni son conscientes de ello; que se casan con mujeres y no llegan a aceptar lo que verdaderamente sienten, incluso conviviendo muy de cerca con el hombre que aman. Pero que estaba convencido de que ese amor existía entre vosotros dos y que, pasara lo que pasara o decidieras vivirlo de la forma que lo hicieras, yo, como tu hermano, tendría que estar ahí para apoyarte”. Nos abrazamos sin palabras y abrazados entramos al salón para seguir con la fiesta de nuestra madre. Desde aquel día no hemos vuelto a hablar del tema y nuestras vidas siguen su curso con toda normalidad. Mi mujer, Lucía, adora a sus cuñados y mi hijo, de tres años, empieza a ver las ventajas de tener dos tíos que cuando vienen a verle le traen doble regalo.

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