miércoles, 25 de diciembre de 2013

El regalo de navidad.




Un día, un joven poeta salió a pasear y disfrutar de la suave temperatura y el sol que lucía radiante llenando de luz la apacible tarde.
Al pasar junto al parque central, decidió adentrarse en él y disfrutar de la brisa que mecía con calma las ramas de los árboles y de las risas de los niños que jugaban por doquier bajo la atenta mirada de sus padres.
Tras caminar unos minutos, pasó junto a un lugar en el que el ayuntamiento había dispuesto unas mesas metálicas, fijadas al pavimento, a las que a la vez estaban sujetos,  unos asientos también metálicos,  que se situaban a los cuatro lados de cada una de las mesas.


En ellas se sentaban jóvenes que jugaban alegremente a diferentes juegos de mesa; otros no tan jóvenes que jugaban a otros juegos más serios, como el ajedrez, y personas que simplemente leían libros, periódicos y otras publicaciones.
En una de aquellas mesas, había un señor de cierta edad, de barba poblada y blanca, gorra de marinero y aspecto no muy cuidado, que escribía cosas sobre cuartillas y las entregaba a personas que se detenían cerca de su mesa. Estos, tomaban la cuartilla que les entregaba el anciano, la leían en silencio, le expresaban su admiración y gratitud al devolverle la cuartilla escrita y continuaban su camino.
El joven poeta se detuvo curioso en la escena y no habían pasado unos segundos, cuando el anciano se acercó a él ofreciéndole una cuartilla al tiempo que le decía:
_ “Ten, joven amigo, para que mires la tarde con los ojos del que admira la belleza”.
El poeta la tomó al tiempo que daba las gracias y vio que en trazos dudosos y torpes, sobre el blanco papel estaban escritos los siguientes versos:

En la tarde que adivina la luna,
un rayo de sol bosteza
sobre el resplandor, blanco nítido,
de las alas de palomas de nieve.

El joven poeta se admiró de la belleza que contenía aquellas palabras y sin dudarlo tomó su pluma para escribir en el mimo papel, justo debajo de los versos del anciano lo siguiente.

Y el amor, que es la mayor fortuna,
tañe en los trinos del ruiseñor,
que junta en su pico rayo de sol
 y vuelo de paloma,
para llevarlo con ternura
a la amada, que en el nido espera,
al amante que llegue con premura,
y por el que la vida diera.

Acto seguido, los entregó al anciano poeta y tras darle las gracias y despedirse amablemente, continuó su camino. Pero no había pasado ni un segundo cuando oyó que el viejo poeta le increpaba a grandes voces, visiblemente enfadado:
_” ¡Eh, oye, tú! ¿Pero, qué te has creído? Vienes aquí haciendo alarde de tu juventud, ridiculizas mis versos con tus rimas facilonas, y ensucias mis poemas con tu trivialidad juvenil”.
_ “Perdón, -intentó decir el sorprendido joven- no eran mi inten…”.
_” ¡Fuera! -gritaba el anciano al tiempo que señalaba con su índice un punto lejano de manera repetida y violenta- ¡Vete de aquí de una vez y ni se te ocurra volver a para junto a mi mesa ni leer uno de mis versos! ¡Fuera!
Ante tal estado de ira, el joven decidió no enfrentarla y obedecer al anciano marchándose cuanto antes.
Sorprendido y desconcertado, trataba de entender el motivo del enfado del viejo poeta al tiempo que se alejaba de la zona del conflicto, cuando al pasar cerca de la mesa en la que un solo señor sostenía en su mano izquierda un libro abierto y en la derecha unas gafas, éste se dirigió a él diciéndole:
_”Oye, muchacho, ven, siéntate unos minutos conmigo en esta mesa. Me gustaría hablar contigo”.
El joven obedeció al nuevo anciano, que había observado toda la escena, y se sentó frente a él en la mesa. Éste le preguntó:
_” ¿Qué crees que ha pasado? ¿Por qué piensas que el viejo poeta se ha enfadado tanto, joven amigo?
_ “No sé, no me lo explico. Yo solo había quedado tan admirado por la belleza que contenían sus versos, que intenté sumar a ella la belleza que me inspiraron”.
_”Admirable intención, joven amigo, y grave error al mismo tiempo”. Observó.
_ “¿Grave error? No entiendo por qué. Mi intención siempre fue buena”. Contesto el novel.
El anciano, se puso las gafas que sostenía en su mano derecha y mirando fijamente al poeta, explicó:
_”Sé que tu intención fue buena, pero no acertada. Cómo veo que eres joven y honesto, me voy a permitir darte un consejo: Siempre es complicado destronar a un rey, pero cuando se trata de un monarca de un reino diminuto y nimio, a veces, solo acercarse a su reino, aunque sea con buenas intenciones, es sumamente peligroso. Tú has querido aportar tu visión de poeta a la suya, para entre las dos crear algo más grande y hermoso, pero él ha visto a un poeta más joven e ingenioso que venía a destronarle del trono de su mesa en el parque. De ahí su enfado”.
_”Es verdad, no lo había pensado. Tal vez he sido demasiado imprudente e impulsivo”. Contestó el joven que había escuchado atentamente la explicación del anciano.
_”Cierto, has sido demasiado imprudente al no valorar como serían percibidos tus actos. Pero, cómo estamos en navidad, me voy a permitir darte un consejo que a la vez será el regalo de navidad de un viejo filósofo de parque: Para evitar desengaños y situaciones desagradables, en lo sucesivo, antes de realizar cualquier acción, medita un poco sobre cómo será entendida por aquellos a los que va dirigida. Porque debes entender que la percepción de una misma realidad, cambia en la medida en que cambia el punto de vista de quien la percibe y la situación en la que se produce”.


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