Un día, un joven poeta salió a
pasear y disfrutar de la suave temperatura y el sol que lucía radiante llenando
de luz la apacible tarde.
Al pasar junto al parque central,
decidió adentrarse en él y disfrutar de la brisa que mecía con calma las ramas
de los árboles y de las risas de los niños que jugaban por doquier bajo la atenta
mirada de sus padres.
Tras caminar unos minutos, pasó junto
a un lugar en el que el ayuntamiento había dispuesto unas mesas metálicas,
fijadas al pavimento, a las que a la vez estaban sujetos, unos asientos también metálicos, que se situaban a los cuatro lados de cada una
de las mesas.
En ellas se sentaban jóvenes que
jugaban alegremente a diferentes juegos de mesa; otros no tan jóvenes que
jugaban a otros juegos más serios, como el ajedrez, y personas que simplemente
leían libros, periódicos y otras publicaciones.
En una de aquellas mesas, había
un señor de cierta edad, de barba poblada y blanca, gorra de marinero y aspecto
no muy cuidado, que escribía cosas sobre cuartillas y las entregaba a personas
que se detenían cerca de su mesa. Estos, tomaban la cuartilla que les entregaba
el anciano, la leían en silencio, le expresaban su admiración y gratitud al
devolverle la cuartilla escrita y continuaban su camino.
El joven poeta se detuvo curioso
en la escena y no habían pasado unos segundos, cuando el anciano se acercó a él
ofreciéndole una cuartilla al tiempo que le decía:
_ “Ten, joven amigo, para que
mires la tarde con los ojos del que admira la belleza”.
El poeta la tomó al tiempo que
daba las gracias y vio que en trazos dudosos y torpes, sobre el blanco papel
estaban escritos los siguientes versos:
En la tarde que
adivina la luna,
un rayo de sol
bosteza
sobre el resplandor, blanco nítido,
de las alas de
palomas de nieve.
El joven poeta se admiró de la
belleza que contenía aquellas palabras y sin dudarlo tomó su pluma para
escribir en el mimo papel, justo debajo de los versos del anciano lo siguiente.
Y el amor, que es la
mayor fortuna,
tañe en los trinos
del ruiseñor,
que junta en su pico rayo de sol
y vuelo de paloma,
para llevarlo con
ternura
a la amada, que en el
nido espera,
al amante que llegue
con premura,
y por el que la vida
diera.
Acto seguido, los entregó al anciano
poeta y tras darle las gracias y despedirse amablemente, continuó su camino.
Pero no había pasado ni un segundo cuando oyó que el viejo poeta le increpaba a
grandes voces, visiblemente enfadado:
_” ¡Eh, oye, tú! ¿Pero, qué te
has creído? Vienes aquí haciendo alarde de tu juventud, ridiculizas mis versos
con tus rimas facilonas, y ensucias mis poemas con tu trivialidad juvenil”.
_ “Perdón, -intentó decir el
sorprendido joven- no eran mi inten…”.
_” ¡Fuera! -gritaba el anciano al
tiempo que señalaba con su índice un punto lejano de manera repetida y
violenta- ¡Vete de aquí de una vez y ni se te ocurra volver a para junto a mi
mesa ni leer uno de mis versos! ¡Fuera!
Ante tal estado de ira, el joven
decidió no enfrentarla y obedecer al anciano marchándose cuanto antes.
Sorprendido y desconcertado,
trataba de entender el motivo del enfado del viejo poeta al tiempo que se
alejaba de la zona del conflicto, cuando al pasar cerca de la mesa en la que un
solo señor sostenía en su mano izquierda un libro abierto y en la derecha unas
gafas, éste se dirigió a él diciéndole:
_”Oye, muchacho, ven, siéntate unos
minutos conmigo en esta mesa. Me gustaría hablar contigo”.
El joven obedeció al nuevo
anciano, que había observado toda la escena, y se sentó frente a él en la mesa.
Éste le preguntó:
_” ¿Qué crees que ha pasado? ¿Por
qué piensas que el viejo poeta se ha enfadado tanto, joven amigo?
_ “No sé, no me lo explico. Yo
solo había quedado tan admirado por la belleza que contenían sus versos, que
intenté sumar a ella la belleza que me inspiraron”.
_”Admirable intención, joven
amigo, y grave error al mismo tiempo”. Observó.
_ “¿Grave error? No entiendo por
qué. Mi intención siempre fue buena”. Contesto el novel.
El anciano, se puso las gafas que
sostenía en su mano derecha y mirando fijamente al poeta, explicó:
_”Sé que tu intención fue buena,
pero no acertada. Cómo veo que eres joven y honesto, me voy a permitir darte un
consejo: Siempre es complicado destronar a un rey, pero cuando se trata de un
monarca de un reino diminuto y nimio, a veces, solo acercarse a su reino,
aunque sea con buenas intenciones, es sumamente peligroso. Tú has querido
aportar tu visión de poeta a la suya, para entre las dos crear algo más grande
y hermoso, pero él ha visto a un poeta más joven e ingenioso que venía a
destronarle del trono de su mesa en el parque. De ahí su enfado”.
_”Es verdad, no lo había pensado.
Tal vez he sido demasiado imprudente e impulsivo”. Contestó el joven que había
escuchado atentamente la explicación del anciano.
_”Cierto, has sido demasiado
imprudente al no valorar como serían percibidos tus actos. Pero, cómo estamos
en navidad, me voy a permitir darte un consejo que a la vez será el regalo de
navidad de un viejo filósofo de parque: Para evitar desengaños y situaciones
desagradables, en lo sucesivo, antes de realizar cualquier acción, medita un
poco sobre cómo será entendida por aquellos a los que va dirigida. Porque debes
entender que la percepción de una misma realidad, cambia en la medida en que
cambia el punto de vista de quien la percibe y la situación en la que se
produce”.
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