sábado, 4 de abril de 2015

El día que Franco salió de su tumba.

Actualización de una vieja entrada, publicada poco antes de las elecciones del 20N de 2011, que en una de las remodelaciones de este blogg, quedó perdida por esos inescrutables senderos de la red. Inicialmente se llamaba,

Zapatero y el misterio de la resurrección.





Dicen las malas lenguas que cuando Pepe Luis buscaba entre sus cuitas una forma más de cometer sacrilegio contra las sagradas normas de la Iglesia, escuchó una voz que le hablaba desde los entretechos del palacio de la Moncloa que le decía:
_”Pepe Luis, Pepe Luis, ¿Por qué me persigues, hijo mío?
Era una voz aguda, temblorosa, como la de un anciano de ochenta años, afeminado y a punto de entrar en coma o de dar a luz.
Pepe Luis, más conocido entre les gentes de a pie como “el fraude bobo”. No daba crédito a sus oídos. ¿Qué era aquello? ¿Alguien de ultratumba se dirigía a él para castigarle por sus fechoríaso era por su traición a los valores de la izquierda y a sus votantes?
Echó a correr por los largos y anchos pasillos del vetusto palacio, más  chuchurrado que temblón y más asustado que una gallina al lado de una olla de pepitoria. Estaba tembloroso, jadeante y palpitante. Tuvo un impulso de llamar a la seguridad pero  pensó en sus hijas y desistió al pensar que  no era políticamente correcto que se pensara que veía visiones.  “No, señor, -pensó- se podía  saber que estoy loco y encontrarían una explicación genética a lo de las niñas, no, no”.  Así que se acerco a una de las balconadas y respiró profundamente el contaminado aire de la capital del reino.

Luego se sentó en uno de los sillones del pasillo y se autoconvenció de que todo había sido un producto del sonido que hace el aire al correr por los diferentes conductos instalados encima de los falsotechos.
Pero justo cuando se incorporaba para ir a sentirse aclamado por su corte de asesores y a regañar al servicio, que es algo que le hace sentir poderoso y le eleva la autoestima, la vocecilla  volvió a sonar:
_”Zapateroooo, Zapateroooo, tiene que ser el 20N, y deberás ir al Valle de Los Caídos y rezarme una novena durante doce días.
“¡Ay, Dios! –Exclamó Zapatero- Digo… ¡Ay, mi abuelo! Pero, es verdad, me hablan de ultratumba…  Bueno, no está mal. Así pasaré a la Historia  por ser el presi que fue contactado por seres del inframundo. Seguro que eso no lo pueden decir ni Felipe ni Pepe Mari. Bueno, me voy a echar la bronca al personal y con eso ya, seguro que me siento más importante que Felipe II”.
Pero mientras se dirigía a tan noble labor, la voz insistió desde los cables y tuberías:
_”No te olvides, Zapaterooo, doce novenas en Los Caídos y el 20N”.
Zapatero huyo del largo corredor y se dirigió a las dependencias del servicio donde echó una bronca monumental a todo sirviente y ser inferior que se cruzó en su camino y con eso se sintió más fuerte y poderoso y dispuesto a encarar un nuevo consejo de ministros en el que se trataría como en tantos otros la forma de incrementar  los beneficios de los grandes grupos de inversión e imponer nuevos recortes a los más débiles. De paso y por lo que pudiera pasar, impuso en el consejo la decisión de adelantar la elecciones y cuando le preguntaron para que día las quería, como estaba pensando en las voces que le hablaron desde el otro mundo sin querer dio la respuesta de “20-N”. Y así, de esa manera tan tonta y a la vez tan sospechosa, fue como se fijo la mítica fecha de la muerte del caudillo para los siguientes comicios generales.
Pasaron varias semanas y ZP se había olvidado casi por completo de las novenas, de Los Caídos y de la ultratumba, cuando una buena tarde le tocó asistir a la presentación de un libro de un amigo suyo; un tal Pedro J. que había recibido varias veces el premio a los mejores montajes del siglo y que era una de las pocas personas del  reino a las que el presidente reconocía sin reparo alguno que era mejor mentidor que él. Pedro J. y su señora, además, tenías varios negocios en sociedad con otro de sus compinches de tropelías, un tal Pepiño, del que se dice que está para fomentar pero que, la verdad sea dicha, lo que es fomentar; no fomenta nada, al margen de una polémica tras otra.
En aquella fiesta, había una señora estrafalaria, ataviada con los colores de la bandera francesa, que  no paraba de moverse de un lado para otro y de hacer gestos extraños en un intento descarado de atraer hacia ella todos los flashes de los fotógrafos y las cámaras de la sala, hecho que consiguió solo a medias.
Pero sus movimientos y su colorido vestido sí llamaron poderosamente la atención de Zapatero, que la contemplaba con cierta actitud crítica y que por otro lado no dejaba de relacionar con las voces que creyó oír en los pasillos de la Moncloa, preguntándose constantemente si ambas cosas no serían parte de un mismo mensaje. “¿Será que viene la república?”. Se preguntaba sin cesar. “¿Será que los franceses quieren invadirnos en secreto?”.
Estando en estas elucubraciones, como siempre en solitario en medio de la multitud, apareció Mariano Rajoy con su mejor sonrisa y al verle se dirigió hacia él de forma efusiva y cariñosa y le estrecho la mano para después propinarle un estrecho abrazo antes de exclamar:  “¡Hombre, José Luís, que callado te lo tenías ¡Eh, pillín! No solo nos has demostrado que recortas mejor que nosotros, sino que al final has dejado claro que eres un patriota como la copa de un pino. Sabía que eras de los buenos. ¡Si señor!  Has hecho lo que tenías que hacer y la patria te lo sabrá agradecer”.
La hora de tomar las fotos de rigor y el protocolo del acto interrumpieron las muestras de afecto y afinidad ideológica y cuando éste terminó y llegó la hora de despedirse todos, incluido el falangista Bono y la condesa Aguirre,  se despidieron con acentuadas muestras de cariño de José Luís y felicitándole por su acertada reunión sobe la elección de la fecha electoral.
Como estaba muy desconcertado por la cariñosa actitud de sus oponentes políticos hacia él, en el camino de vuelta a Moncloa tuvo que reñir el doble a sus escoltas y al chofer para superar el nerviosismo que le producía el cambio de carácter de unas personas que durante más de siete años se habían dedicado a ponerle verde.
La riña a los encargados de traerle de vuelta a casa no fueron suficientes y ZP pasó una noche muy mala; de esas en las que no se pega ojo y que la pasas bebiendo agua, yendo al baño y dando vueltas sobre ti mismo por toda la cama. Noche de perros en la Moncloa. Tanto que Doña Sonsoles se tuvo que ir a dormir a las dependencias de las chicas. Siempre es mejor estar en algo parecido a una cueva medieval que  en la cama de un candidato al manicomio.
Cuando Doña Sonsoles regresó a las dependencias presidenciales se encontró a su marido muy alterado que la buscaba como un poseso y que al verla le gritó con los ojos fuera de órbita: “¡Sonse, cariño! ¿Pero dónde estabas? Llama urgentemente a la floristería y que traigan varias coronas y varios ramos volando, ¡Ya! Nos vamos a Los Caídos. ¡Venga, date prisa!
Como su marido estaba fuera de sí, Sonse se apresuró a cumplir el encargo y una hora después se encontraban subiendo la escalinata que da paso al interior de la basílica de Los Caídos escoltados por unos 20 criados y escoltas transportando enormes ramos de flores de todo tipo.
Al entrar, el séquito se encontró con la sorpresa de ver que toda la plana mayor del PP y los periodistas Vidal, Losantos  y Pedro Sota que les miraban con una amplia sonrisa de complacencia.
De repente la Lideresa salió del grupo y corrió hasta zapatero para arrojarse en sus brazos al tiempo que exclamaba:
_” ¡José Luís; qué alegría! Tú también has recibido la buena nueva, sabía que eras de los nuestros desde el primer momento. ¡Gracias a Dios!”. Y le besaba sin parar en uno y otro lado de la cara.
_” Pero, Esperanzita, por Dios; digo, por los recortes, -Inquirió Zapatero tan despistado como siempre- ¿Qué está pasando? Estoy en ascuas. Cuenta, cuenta.
_” ¡Pero! ¿No lo sabes, José Luís? –Contestó la lideresa- El generalísimo… El día 20 de noviembre resucita. ¡Qué dicha! ¿Verdad?
_ “ ¡Ay, Dios! Digo: ¡Ay, mi abuelo!
Exclamó Zapatero justo antes de caer desmayado.








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